Llega el momento, hora de despedirse sin saber cuándo nos volveremos a ver. Horas que volverán a formar parte del pasado, recuerdos que esta vez sí los pudimos cerrar bajo llave. Llave que quedará dibujada bajo un candado para que solo pueda ser abierto por esa persona, esa que no espera a que tú le hables para iniciar una conversación; esa que te hace jugar con el fuego hasta casi quemarte; esa que te hace sentir la Semana Santa casi en verano; esa que no te mira, te seduce; esa que no te sonríe, desea comerte a besos; esa capaz de convertirse en la fiel portadora de dicha llave.
Las agujas del reloj parecen girar hacia la izquierda. Nada más lejos de la realidad, están paradas, no giran, no hay tiempo. Días, semanas, meses, años, etc., ya no hay impedimento que se ponga por delante, el tiempo nunca fue, ni será un obstáculo.
Lugares que ya había visto antes, sentimientos que volvían a surgir, y recuerdos que regresan para no volverse a ir. No sabemos si hemos hecho lo mejor o lo peor, pero eso ya nunca lo sabremos. Aunque eso sí, nunca te arrepientas de lo ocurrido, pues el que no arriesga, no gana.
Casualidad es demasiado tiempo para no habernos cruzado nunca en la misma acera, pero más casualidad es que empezara el año y nos cruzáramos con una sonrisa. La, le, te, me, nos..., no son más que palabras que han provocado una unión que deseaba unirse desde hace tiempo para forjarse aún más fuerte.
Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Eso decían también los mayas, al igual que el mundo se nos acaba estas navidades. Algo de locura se nos habrá pegado de estos pequeños sabios.
Parecía la primera vez pero no, ya estábamos acostumbrados, solo que habíamos perdido la costumbre. El tiempo pasa y la gente madura. Además, no viene mal que el tiempo pase, siempre que nuestras almas sigan unidas mientras nos quedamos quietos.
Así que vamos a considerarlo una despedida cerrada bajo llave, algo que nunca fue un adiós, sino un hasta pronto.
Una llama que nunca se apagó.
