Deja en casa el careto recién levantado, las lagañas mañaneras y la cueva que forma tu cara a primeras horas de la mañana. Prueba a salir vestido con una sonrisa, a cantar los buenos días a tus vecinos y quererte a ti mismo al igual que al resto.
Todo ello se hace más llevadero cuando aparecen nuevas personas que se cruzan en tu camino, aquellas que empiezan a formar parte de ti muy poco a poco. Comienzas a darle un valor insignificante a esta nueva etapa, cuando ni siquiera te has parado a pensar que todo tiene un por qué.
Un día cualquiera se cruza una mirada en tu sendero y sin más miramiento, se convierte en costumbre a las pocas semanas. Entonces, lo rutinario y habitual pasa a ser una novedad disfrazada bajo la típica sonrisa tonta. Es aquí cuando exprimes tu tiempo al máximo, cuando aprovechas cada minuto que pasa y cuando la vida te parece algo con lo que aprender cada día. Ya lo ves todo diferente bajo la sombra de lo normal, pierdes el miedo a salirte del camino. Te hacen sentir como pocas veces y lo más importante, sin dejar de ser tú mismo.
Dicho todo, deja el disfraz en casa y coge la careta que más te guste, pero sal a la calle con ganas de comerte el mundo.
