La paloma blanca ha encontrado el final de su recorrido, por fin ha llegado al nido que tanto y tanto tiempo deseaba volar. Muchos meses de suspense, muchos días de sufrimiento, para que por fin pueda descansar en paz.
Y es que no nos damos cuenta, pero a veces somos felices con lo más mínimo que tenemos a nuestro lado, pero la avaricia nos come, nos mata y nos devora. Es el precio que hay que pagar cuando a un niño de pequeño, como diríamos en el sur, no se le corta el pienso. Este niño se convierte en joven, y el joven en adulto, cuando nos damos cuenta es un hombre que pretende alcanzar más cosas de las que puede poseer. Este momento no se lo deseo ni al peor enemigo, porque ahí ya no hay vuelta atrás, pero si hay corrección.
Siempre se puede cambiar, aunque haya gente que pronuncia palabras como “la gente nunca cambia, evoluciona”. Evoluciona ni evoluciona…, si las personas estamos dispuestas a pretender un cambio en nuestra vida, a centrarnos en nuestra familia y a vivir por nuestros hijos, yo te digo a ti que esa persona cambia, le cueste lo que le cueste.
Pero bueno, cada uno es libre de pensar y actuar a su manera, lo mismo que de ponerse los límites que desee. En mi caso, tengo claro mi objetivo, pues no tengo metas. Gracias a mis padres, no sé dónde está el límite, pero sí sé donde no lo está.
Yo lo tengo claro, ¿y tú?

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